EL INFINITO EN UN JUNCO
Por José Luis Mecatl Morales
(2020)
IRENE VALLEJO
(Zaragoza, 1979)
Hoy día tener acceso a la lectura resulta sumamente sencillo, basta casi solo el quererlo para que esto sea posible; tenemos al alcance de nuestras manos folletos, revistas, periódicos, pero sobre todo libros; libros impresos en ediciones relativamente económicas o libros digitales que podemos obtener, muchas veces de manera gratuita y totalmente legal, a través de internet; desde hace algún tiempo, instituciones como la UNAM, El Colegio de México y, más recientemente, el Fondo de Cultura Económica, por sólo mencionar algunas, han abierto las puertas de una parte de sus publicaciones a las que se puede acceder, prácticamente sin restricción alguna. Pero esto, que hoy nos parece de lo más normal, fue totalmente diferente en el inicio de las civilizaciones.
De entrada, el hecho mismo de la escritura, de los textos escritos y publicados en grandes tirajes y que, eventualmente podemos adquirir hasta en los puestos de periódicos que se ubican en los barrios de las colonias de nuestras ciudades, se nos presentan como un dato, como algo que existe “de por sí” y no es motivo de cuestionamiento para nadie.
La historia del surgimiento de los libros, de su impresión, su distribución y de la propia escritura, está llena de vericuetos, de altas y bajas, de caminos sinuosos que ha debido atravesar la humanidad para llegar a la situación a la que hoy tenemos amplias puertas de entrada.
“El infinito en un junco”, resulta un fructífero esfuerzo por presentar de manera sumamente accesible, incluso divertida, al tiempo que llenó de erudición pero sin petulancia, los difíciles caminos que ha debido transitar el texto impreso desde sus inicios hasta los tiempos que hoy vivimos. Así se habla de las sucesivas superficies ocupadas por la humanidad para dejar huella de los escritos que le eran necesarios, desde las tablillas de arcilla, el papiro, obtenido de un junco que hunde sus raíces en las aguas del Nilo, el pergamino,… hasta llegar al papel; asimismo se mencionan desde los primeros esfuerzos por reunir en un solo espacio una importante cantidad de textos, sobresaliendo de manera evidente el caso de la Biblioteca de Alejandría, uno de los grandes sueños de Alejandro Magno, siendo Ptolomeo, su colaborador más cercano, quien finalmente lograría hacerlo realidad, reuniendo en un majestuoso espacio la más completa colección de los textos existentes en su tiempo y congregando a su alrededor a los hombre más sabios en cada uno de los campos de conocimiento de la época: “La Biblioteca de Alejandría, variada y completísima, abarcaba libros sobre todos los temas, escritos en todos los rincones de la geografía conocida. Sus puertas estaban abiertas a todas las personas ávidas de saber, a los estudiosos de cualquier nacionalidad y a todo aquel que tuviera aspiraciones literarias probadas. Fue la primera biblioteca de su especie y la que más cerca estuvo de poseer los libros entonces existentes.”
La autora, aborda, también, el importante papel que, paradójicamente, desempeñaron los monasterios al convertirse en reductos en los que pudieron protegerse los libros de la guadaña que significó la censura de la Iglesia Católica durante la Edad Media, (V. las películas “Ágora” y el “Nombre de la Rosa”, a manera de ilustración, basadas en las obras de Pedro Gálvez y Umberto Eco, respectivamente); hasta llegar a las modernas librerías y bibliotecas, dentro de estas, señaladamente la Biblioteca de la Universidad de Oxford (La Biblioteca Bodeliana), una de las más antiguas del mundo y que alberga en sus varios edificios más de cuatro millones de volúmenes.
En pocas palabras, “El infinito en un junco”, narra lo que quizá puede ser la mayor aventura de hombres y mujeres en el proceso de constitución de su humanización, de su camino civilizatorio. Un excelente libro para iniciar el año.
José Luis Mecatl Morales
2 de enero, de 2022