EL AMOR QUE ME JURASTE

Por José Luis Mecatl Morales

(1999)

SILVIA MOLINA

(Ciudad de México, 1946)

Marcela necesita huir, buscar un refugio para estar a solas y tratar de entender el porqué del final de su relación con Eduardo, ese afamado cardiólogo, veinte años mayor que ella, delgado, de mediana estatura, aspecto respetable, de porte fino, temperamento divertido y, también, casado.

Con el argumento de buscar evidencias de sus antepasados, de los que muy poco conoce, le anuncia a  Rafael,  su esposo, exitoso abogado chiapaneco, que pasará unos días en San Lázaro, un puerto en desuso que vio sus mayores glorias durante la época colonial; ahí se dedica a repasar con todo detalle desde las primeras impresiones de cuando conoció a Eduardo, él atendió a la madre de Marcela de un cáncer en etapa terminal; más tarde el “juego de la seducción” que se estableció entre ambos; las promesas de amor y las posibilidades de una vida juntos; y, al final, el rompimiento con la vuelta a la vida previa, tratando de restablecer una situación familiar de la que pretendía estar escapando.

En su recuento, Marcela se percata que verdaderamente se encuentra enamorada del cardiólogo y, en algún momento, todo parece indicar que él también se ha enamorado de ella: en su primera cita Eduardo le entrega una pequeña cajita de madera con treinta papelitos doblados en cuatro, con mensajes con ocurrencias de enamorados; al pasar los días le envía cartas en donde explícitamente le deja ver los sentimientos que ella la va despertando; Marcela nos lo dice en sus propias palabras: 

Yo disfrutaba de la compañía y de la conversación de Eduardo y empecé a arreglarme con cuidado para esperarlo; en otras palabras, a tejer mi red, mientras él me mostraba el colorido de su plumaje, el alcance de su canto. Me maquillaba con esmero, no como proceso mecánico sino como si estuviera realizando una obra creativa que ya no hacía para Rafael; buscaba vestidos que disimularan mi delgadez, me cepillaba con cuidado el pelo… hacía, pues, todas esas cosas que hacemos las mujeres y los hombres para seducir y atrapar.

Pero prácticamente sin previo aviso, sin dejar ver nada que lo anunciara, Eduardo decide terminar la relación; tal vez fue miedo a iniciar una nueva aventura, dejando atrás la rutina ya conocida de vida familiar; quizá el temor a la convivencia con una mujer tan joven;… lo cierto es que él simplemente se deslinda y mañosamente le pasa a Marcela todo el costo emocional de la ruptura. Esto lo hace totalmente evidente en una de sus cartas:    

Ésta es una carta difícil. Eres una mujer inteligente y estoy seguro de que comprenderás. Te quiero, pero creo que debes haber imaginado que nuestra relación, tal y como es, no puede seguir adelante. Tengo veinte años más que tú, Marcela. Sólo puedo ofrecerte, como la has vivido, mi derrumbe, mi decadencia, mi vejez. En cambio tú eres una mujer joven, con mucho que vivir por delante. El amor no lo es todo; especialmente esta clase de amor, basado más en la ilusión que en la realidad.

Es entonces Marcela, quien realmente resultó con daños mayores derivados de esa relación fallida con Eduardo; es ella quien deberá de reconstruirse emocionalmente y regresar a la vida que ya tenía definida con Rafael y los dos hijos procreados entre ambos. Es ella misma quien resume el dolor que le significó el final de todo:

El engaño es lo que me duele: la traición a Rafael, la cobardía de Eduardo. La infidelidad es el pan de todos los días, lo sabemos; pero nadie se acuerda antes de ser infiel la estela que eso deja.

¿Cómo ves? ¿Te interesa la historia de Marcela? Pues entonces, ¡Te invito a leer!   

José Luis Mecatl Morales

15 de mayo, de 2022